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nuria
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Parto Natural en la Bañera de Casa (Narración de)

A continuación os copio el parto de mi hijo Altair dentro de la bañera de la casa donde vivía por entonces (Con agua, claro).
Sale en mi libro "Vida Libre y Natural"

Leila nació en casa junto a su padre y diversos gatos y perros con los que convivíamos. Fuimos atendidos por Anabel, una matrona por entonces colaboradora del Grupo Génesis. La experiencia fue tan sumamente bella y placentera que, cuando tuve la confirmación del embarazo de Altair, quise ponerme en contacto con ella lo antes posible. Para entonces, Anabel se había ido a vivir a Zaragoza y las matronas de Génesis no podían comprometerse a atenderme al coincidir con las vacaciones, tener ya varios partos previstos para la fecha y vivir yo lejos de la ciudad. Me puse en contacto con la asociación Nacer en Casa y ellos me comunicaron el teléfono de las matronas asociadas más cercanas a mi vivienda, ninguna por entonces perteneciente a mi provincia. Me enteré poco después de Ángeles y de Juanjo, dos matronas que comenzaban a atender partos domiciliarios naturales. Localicé primero a Ángeles y ya no me molesté en seguir intentando localizar a Juanjo pues el amor y la dulzura que emanan de esta bella mujer me bastaron y encandilaron. Quedamos para conocernos y, al minuto, ya tenía clara mi respuesta: Sí, era ella la matrona con la que quería compartir el nacimiento de mi hijo, el pilar de seguridad, fortaleza y entereza que necesitaba para un momento tan energético e incierto como puede ser un parto.

Poco a poco mi comunión con ella y su familia, en especial dos de sus hijas, se fue entrelazando. Me parecía una familia muy agradable, sencilla, sincera, pura, asequible, amorosa, con sus claros conflictos expuestos a la luz de todo aquel que se arrimase a ellos así como toda su fuerza y unión amorosa. Transmitían tanta calidez...

Para la fecha del parto yo estaba pasando por un momento personal de pareja un tanto delicado que me creaba gran inseguridad y desconfianza en mí misma y en la vida, transmitiéndolo en algo de miedo al posible dolor del parto, a costa de la experiencia tan maravillosa que había tenido con Leila y de mis conocimientos y experiencia sobre el parto sin dolor. Tan sólo hay que introducirse en una misma y dejarse llevar...

Unos días antes del parto me encontraba mucho más sensible, llorando con facilidad a la mínima, así como muy mimosa y tierna. Dormía muy pocas horas pero profundamente e iba constantemente al servicio, tanto a orinar como a defecar. Al despertarme ese día, sentía que había dormido relativamente bien, aunque me hallaba algo cansada y de muy mal humor. Le dije a Juan Carlos: “me siento mal y de mal humor; Hoy hazte cargo tú de la niña porque no tengo paciencia”. Me dispuse a continuar con la restauración de unas sillas de rejilla que queríamos entregar el domingo. Juan Carlos estaba jugando al ajedrez con el ordenador. Al poco rato, sentí una contracción algo molesta y, sobre todo, larga. Cuando se pasó, instintivamente pregunté la hora al padre. Al rato me vino otra parecida y le volví a preguntar: eran las 13:32h. y habían pasado 11 minutos. Me preguntó si estaba de parto y le dije que no lo sabía: internamente sentía un SÍ con mayúsculas como respuesta pero temía fallar y alarmarle por lo que preferí contestarle un “no lo sé”, empezando a apuntar las horas cuando me venían las contracciones. Éstas eran irregulares, viniéndome cada 10, 5, 3 ó 12 minutos. A consta de tenerlo claro, como tenía ese pequeño temor, sobre las dos de la tarde me levanté y llamé a Ángeles. Le pregunté si podía estar de parto a pesar de no ser regulares las contracciones y me contestó que perfectamente, que ya se irían regulando y acortando los periodos de tiempo poco a poco. Le comenté que entonces creía estar de parto y quedamos en que nos llamábamos. Me puse un poco nerviosa y temerosa por lo que continué haciendo lo de la silla. La siguiente o dos siguientes contracciones me molestaron más (estaba más aprensiva y tensa). Dejé la silla para tumbarme en el suelo, poniéndome a leer un cuento de pegatinas con Leila. Juan Carlos muy a menudo me preguntaba si estaba bien, si me dolían mucho, si estaba de parto o si llamaba a Ángeles para que viniese. Yo, con eso de no querer molestar y tener el máximo de intimidad, le dije que esperase a que fuesen regulares para no liarla o agobiarla mucho con tanto teléfono. Como veíamos que las contracciones eran cada nueve o cuatro minutos alternativamente siendo cada vez más largas e intensas, a las tres menos poco, le dije a Juan Carlos que sí, que llamase a Ángeles y le confirmase que estaba de parto. Ella dijo que ya salía dentro de poco y venía para casa. Seguimos apuntando las horas. Poco más tarde de las tres llamaron por teléfono: era Ángeles queriendo saber qué tal estaba. Al estar yo bien, le dijo a Juan Carlos que se pasaba entonces por su casa y venía rápidamente. Mi nerviosismo iba aumentando y decidí subir al dormitorio. Leila y Juan Carlos me acompañaron.

Cuando Leila me veía interiorizar en las contracciones, gemir o cerrar los ojos, protestaba y me besaba unas veces, o bien arrimaba su cara a la mía otras. Creo que Leila no comprendía exactamente lo que pasaba pero que sí sentía algo importante o de tensión. Más tarde se quedó dormida en brazos de su padre, acostándola en nuestra cama, a mi lado. Estaba tan tierna... ¡Es tan tierna...!

Empecé a sentir las contracciones mucho más fuertes así como bastantes ganas de hacer de vientre y orinar. Fui al aseo y le dije a Juan Carlos que dejase la puerta de la calle abierta para que cuando viniese la comadrona bastase con empujarla para entrar sin que él no tuviese que irse de mi lado. Defequé un poco y oriné varias veces. Empecé a sentirme bastante mal, costándome en algún momento sobre llevar las contracciones. Abrí el grifo de la bañera y me recosté de lado con las piernas encogidas en el suelo fresquito del baño. El lugar me resultaba muy íntimo. Quería agua templadita, no muy caliente como me suele gustar. Si en el parto de Leila sentí mucho frío, en el de Altair, bastante calor.

Al no estar metida en mí, la espalda me molestaba algo, tenía miedo al parto y deseaba y rogaba que éste no me doliese mucho, siendo consciente de que bastaba con centrarme en mí, en mi hijo y en mi proceso, dejándome llevar, para que no hubiese dolor y durase poco. En esos momentos, moverme, andar o levantarme de la bañera me habría resultado un tremendo sacrificio. Recuerdo sentir cierto alivio dentro del agua. Al principio me “costó” algo pues no sabía qué postura adoptar ya que la que creía más cómoda no me valía al no poderme estirar bien en la bañera. Una vez que hube encontrado “mi postura” me pude relajar, calmándose las molestias de espalda, siendo mucho más llevaderas las contracciones y acelerándose todo el proceso.

Juan Carlos estuvo ahí en todo momento, soportando la presión de mi mano sobre la suya. Él se sentó en el suelo, junto a mí. Me hablaba de cuando en cuando pero, en general, se mantuvo y respetó mi silencio. Cuando me venía una contracción, cerraba los ojos y respiraba tal y como el cuerpo me pedía: hondo generalmente. En esos momentos no soportaba ni caricias ni ninguna palabra que apartasen mi mente y/o mi corazón de mi hermoso vientre.

Hubo ligeros momentos a lo largo del parto en que me sentía insegura, deseando que Ángeles llegase ya para darme su fuerza, apoyo, confianza y amor. Intentaba comunicarme internamente con ella y averiguar cuánto tiempo faltaba para que llegase. Paralelamente, le pedía a Altair que me diese más tiempo entre contracción y contracción, tanto para relajarme y descansar como para darle más tiempo a Ángeles. Al igual que en el parto de la primogénita, Altair, plenamente unido a mí, me apoyaba y ayudaba, haciéndome caso. Nuestra colaboración mutua fue muy bella. También le decía que le quería mucho, que fuese hacia la luz, que lo estaba haciendo muy bien, que me lo pusiese fácil, que yo se lo intentaría poner fácil a él, que por favor intentase que me doliese lo menos posible, que me perdonase por mi cobardía, que deseaba verle y abrazarle, le daba las gracias por haberme elegido como madre, etc. Recordándolo ahora, me pareció poco tiempo.

Cuando me entraron ganas, hice fuerza para ayudar a Altair, como si hiciese de vientre, sintiendo la bolsa de aguas asomarse e introducirse. Me venían a la mente imágenes del segundo parto de Iris, una gata con la que vivíamos, quien asomó varias veces la bolsa antes de parir. Un par de veces, entre unas contracciones algo más fuertes, me exploré y sentí la textura suave de la bolsa, así como la sensación de aplastar un “globo de agua”. Le ofrecí al padre que la tocase y no recuerdo exactamente si lo hizo y lo que sintió pero creo que se atrevió. Hay momentos, dentro de un parto natural, que se recuerdan como nebulosas no plenamente definidos, como si nuestro propio cuerpo se auto drogase.

Voy a copiar aquí un pequeño párrafo del libro de Michel Odent por su gran importancia para mí: “Cuando pares cambias el estado de conciencia, es como si te fueses a otro planeta. Conectas con tu cerebro primitivo y anulas el neocortex, esa parte del cerebro encargada de la racionalidad y el lenguaje (quizás por eso para mí era tan importante el no hablar ni que me hablasen a lo largo del proceso de parto de mis dos hijos). Si estimulamos el neocortex con preguntas como las típicas cuando entras a un hospital, se ralentiza el proceso de parto. (...) La vista estimula el neocortex por lo que una luz suave (o nula) ayuda al proceso de parto”.

Cuando tenía las contracciones más intensas, Juan Carlos me pidió varias veces que me hiciese tactos para tantear el buen proceso del parto pues Ángeles se lo había pedido pero yo me negué siempre pues no me apetecía nada andarme manipulando, más aún cuando no sentía que algo fuese mal. Tan sólo quería sentir y sentirme. Toda manipulación conlleva una descentración y, por tanto, mayor dolor. Aún me vienen sensaciones molestas al recordar aquella insistencia, era como una falta de confianza en mí, en el proceso y en la vida.

Llamaron a la puerta, era Ángeles. Juan Carlos quiso ir a abrir pero le apreté más fuerte la mano dándole a entender con este acto que se quedase a mi lado pues en esos momentos era cuando más me valían su apoyo y compañía. Ángeles abrió, subió y preguntó cómo iba todo, planteando hacerme una exploración en medio de una contracción, le dije que no. Ella insistió comentando que era el mejor momento. Me puse algo de mal humor y seguí negándome. Para mí todo esto requería mucha energía y descentración, no quería insistir, quería que se me comprendiese y respetase sin tener que decir nada, siendo yo misma dueña de mis actos y ritmos. Para mí éste fue el proceso desagradable del parto.

Para dejar de sentir la presión psicológica y poder volver a meterme en mí y en mi hijo, volviendo con ello mi ilusión y armonía, me dejé explorar tras el fin de una contracción. Ángeles se puso un guante de látex en la mano y, tras verme, dijo: “Uy, todavía falta media hora” y se fue a preparar sus cosas. Yo mientras me venía la siguiente contracción la dije que no con la cabeza y señalé la entrepierna. Sabía exactamente en qué proceso del parto estaba, dónde se hallaba el niño y cuánto faltaba. Mentalmente me comunicaba con él. Eso me daba mucha fuerza creándome una unión realmente poderosa con Altair.

Al finalizar la contracción, le dije a Juan Carlos que dijese a Ángeles que ya salía, que viniese. Ella vino y simultáneamente rompí aguas, sintiendo cómo dos inmensas y cálidas burbujas subían entre mis piernas. Sentí una especie de chorro muy cálido derramarse, era una sensación sumamente deliciosa y plena.

En el expulsivo le comenté a Juan Carlos que me había desgarrado. Me miró y dijo que no pero yo insistí en el sí pues me escocía algo. Altair sacó la cabeza y Ángeles lo agarró instándole a que rotase y saliese del todo. Me pareció oír un: “Ya está aquí”. Yo comenté un “Cuidado que se ahoga” por el agua recibiendo como respuesta por parte de Juan Carlos un: “¿Cómo se va a ahogar si está con el cordón?”. Mi comentario, fruto de la tensión final y del “auto drogamiento” que comenté antes provocó risas en el momento y semanas después, risas liberadoras de tensión, risas acompañadas de lágrimas, éxtasis y mucho, mucho gozo. Eran las 16:53 horas.

Según salió Altair, Ángeles me lo puso en cima. El cordón fue cortado por el padre, hacedor de vida e independencia. Al rato salió la placenta por sí sola. Lógicamente, en los partos naturales no se le inyecta a la madre ninguna hormona sintética para “ayudar” el desprendimiento de la placenta ni se le echa ningún tipo de colirio u otras gotas en los ojos a los bebés. Al niño no le quitamos el vermix, la grasa con la que nacen, dejando que su propio cuerpo la reabsorbiese. Tampoco le bañamos pues nació limpio al no tener yo ningún corte (episiotomía) ni desgarro muscular; Sí tuve un ligero corte labial de piel que a los dos o tres días desapareció.

En el expulsivo Leila se despertó, justo al mismo tiempo en que le decía a su padre que la trajese para compartir ese momento juntos. Juan Carlos la trajo al baño y ella no dijo nada, limitándose a observar con cara plenamente anonadada. Estaba seria y sus ojos no podían abrirse más. Vio cómo salía la placenta y, después del shock, sólo quería besarme a mí y a su hermano.

Nos fuimos a mi cama todos y allí, en la habitación, Ángeles me miró para comprobar que todo andaba bien. Juan Carlos se fue a comprar un filete de vaca que se me antojó y, al ser supuestamente vegetariana, no teníamos en la nevera, así como tomate y helado de nata y chocolate nada menos. La niña estuvo con nosotros todo el rato, mamando a la vez que su hermano del otro pecho. Ángeles se fue a por agua y me dio de comer, mimándome. También atendió a Leila, dándola de comer, hablándola y presentándola a su hermanito. Altair mamaba mucho y muy bien. Juan Carlos se tumbó con nosotros y pudimos disfrutar de unos momentos muy bellos e íntimos, de mucha unión familiar.

Como era verano, tras recobrar fuerzas y estar un rato medio adormecida, nos fuimos al atardecer los cuatro en familia a comprar pan y dar un paseo, yendo también a una feria en el pueblo donde tenía puesto un stand de artesanía del esparto y diversas fibras vegetales. Me sentía pletórica y fuerte. El paseo no fue muy largo pues, tras llevar un buen rato de pies, me empezó a apetecer sentarme, sintiendo cómo el cansancio tras la liberación de las tensiones del día comenzaba a abrirse camino. Volvimos a casa, nos tumbamos los cuatro en la cama, apagamos la luz y, abrazados, comenzamos unidos una nueva etapa en nuestras vidas.

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